Raúl Envila Fisher

Nuestros años maravillosos

Escuela Fundación Mier y Pesado

Por Raúl Envila Fisher

Tal como aquella fabulosa serie de televisión, “Los años maravillosos”, nuestra infancia y adolescencia transcurrió en La Mier entre anécdotas, historias, nostalgia y recuerdos buenos, malos, dulces, agridulces, luminosos, grises… De todo vivimos en esa etapa, algunos por un espacio de 10 años, otros en periodos más cortos e incluso breves pero a todos y cada uno de nosotros sin lugar a dudas nos gusta hacer memoria de “nuestros Años Maravillosos”. Pasajes por cientos, vivencias por miles; sin duda cada uno de nosotros tendrá mucho que contar y recordar. Espero poder matizar esta historia con algunos recuerdos:

¿Recuerdan esa emoción, ese cosquilleo que nos invadía justo cuando el verano de vacaciones terminaba y regresábamos a la escuela? Yo no olvido la emoción de buscar nuestros nombres en las listas de los salones que pegaban en los árboles o en las rejas de la entrada a los patios interiores para saber dónde nos había tocado: en el A ó en el B, y luego buscar si acaso tus mejores amigos estaban en tu grupo; todo lo que iba a suceder en ese año lo definía esa lista, ilusión, desilusión, alegría, reto, en fin, al menos yo creo que casi todos le dábamos una importancia capital a esa lista: ¡A ó B!

En los primeros años la llegada a tu salón era por demás excitante. ¿Recuerdan aquella pila de útiles y libros, cuadernos, lápices perfectamente ordenados en cada pupitre? Aquellos cuadernos de forma francesa con escasas 40 hojas de pasta de cartón azul, los libros de G.M. Bruño, que por cierto era el seudónimo del Hermano Miguel Febres Cordero, elevado a santo en la jerarquía de la Iglesia Católica (30 de octubre de 1977), cuando nos los prestaban durante el curso escolar. Ya eran muy antiguos, habían pasado por varias generaciones antes de nosotros pero creo que nadie puede dudar de su valía como grandes textos didácticos, ¡escritos a finales del S XIX y principios del XX! Amigos, estudiamos en libros ecuatorianos muy muy antiguos pero igual súper valiosos. En lo personal, los considero verdaderos tesoros y así se cuidaban, resguardándose al final del año escolar en esos enormes closets que estaban en el extremo de la tarima del pizarrón.

La Mier era única en varios sentidos: una institución anacrónica si la calificas fríamente, ¡pero ojo! No con la denotación negativa que solemos poner automáticamente al decir “anacrónico”, la Mier pertenece a un pasado donde palabras como solidez, rectitud, honestidad, valor, integridad, aún querían decir algo y dentro de las fronteras de la escuela eran regidoras de lo que vivíamos a diario.

Personajes como el eterno señor Robles y su papelería donde te cambiaba el lápiz que te acabaste, siempre que le entregaras el remanente de lápiz terminado hasta la goma. ¿Se acuerdan de su escritorio? Con esa cortina de madera que cerraba el contenido. No sé pero a mí me impresionaba entrar a su oficina, era como dar un salto al pasado, pero viviente.

¿Y qué tal el señor Arroyave y su eterno rondín por el mítico pasillo central siempre a la caza de las ovejas descarriadas para dirigirlas a la dirección?

Nuestro querido Sapo, el insuperable Maestro, así con mayúscula, Manuel Arévalo Pereyra, con sus enseñanzas de vida, de rectitud, de integridad, preocupado siempre por guiarnos en el camino del buen decir, del correcto escribir y leer, pero sobre todo del buen pensar.

La Momia, el Hermano Sanabria, y su rigidez e inexpresión constante pero siempre atento y conocedor de todos y cada uno de nosotros, siempre vigilante de “las buenas maneras” con su muy particular y pausado tono de voz, tan característico que a lo largo de los años seguramente más de uno puede imitar fielmente y casi todos podemos recordar con nitidez; particularmente pienso que él representaba a la perfección el prototipo del hermano lasallista: gran educador, sencillo con esa pulcra austeridad, recto y sobre todo ¡eterno!

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